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jueves, 11 de febrero de 2016

SALVALEON

Este verano, en pleno mes de julio, le comenté como en otras ocasiones a mi gran amigo Gustavo que iba a ir un día a Valverde del Fresno a visitar las ruinas de la ciudad medieval de Salvaleón. Como en otras muchas ocasiones se ofreció a llevarme y acompañarme en la visita, cosa que agradezco enormemente, ya que no es la primera vez que me he encontrado en serias dificultades en el monte al intentar visitar algunas ruinas o ciertos parajes de extraordinaria belleza y aunque la idea que tengo es que mis restos reposen algún día diseminados por la Cervigona o en la cima de Jálama, creo que todavía ese momento no ha llegado.



Ese día nos levantamos temprano, más que nada para evitar el calor sofocante de este verano pasado. Después de tomar un café en Hoyos emprendimos la marcha hasta casi la frontera con Portugal, desviándonos a pocos kilómetros de ésta a través de una pista forestal que, carente de indicaciones, nos dejó a los pies del inmenso recinto amurallado.



En un pequeño cartel explicativo pudimos leer parte de la historia de esta ciudad, en el mismo se establecía su fundación en la época medieval; sin embargo otros estudiosos como Gervasio Velo Nieto consideran que dicho enclave fue fundado antes de la llegada de los romanos, probablemente en tiempos de los vetones, y que ya en la época romana existía allí la ciudad de Interamnia, la cual fue estipendaria de Mérida; contribuyendo a la construcción del puente de Alcántara.





Con la Reconquista de estas tierras se volvió a refundar, tal y como asegura Gervasio Velo, y se convirtió de nuevo en una próspera ciudad, que con el paso de los siglos sería de nuevo abandonada por la inseguridad que la frontera portuguesa ofrecía a sus habitantes. 



Hoy en día tan sólo se puede contemplar buena parte del recinto amurallado, de un ancho de 3 metros en algunos de sus tramos, construido principalmente con grandes lajas de pizarra. La extensión del mismo, varias hectáreas, da idea de la relevancia de dicha ciudad y de la población que pudo llegar a albergar. En su interior se pueden distinguir todavía algunas paredes de algunos edificios y en el exterior el magnífico foso que sirvió de protección a sus moradores.









El silencio y las extraordinarias vistas de los montes de Portugal y del encuentro que se produce en esa zona de los ríos Erjas y Basádiga culminaron una visita a uno de los restos arqueológicos con más solera de nuestra Comarca.